Cierta
vez, Mariana había ganado seis pocillos: dos verdes, dos rojos y dos negros
como regalo de Enriqueta. Y ella había decidido que cada pocillo sería usado
con su plato del mismo color.
El
marido de Mariana, José Claudio, se quedó ciego y la convivencia entre él y su
mujer se quedó fatal. José Claudio menospreciaba a Mariana que siempre
intentaba ayudarlo. Una de las veces, él había gritado cosas muy feas a su
mujer que lloró mucho hasta que su cuñado, Alberto, viniese en su ayuda. Desde
ese día, Mariana le tenía gratitud, pero este sentimiento fue cambiando.
Siempre que encontraba con su cuñado, Mariana se ponía linda. Ella ya no podía más
con este amor. El sentimiento de Alberto era lo mismo: enamorado de la mujer de
su hermano.
Alberto
intentaba aconsejar a su hermano que le buscase un medico a ver cómo está su
salud, pero José Claudio ya no tenía más esperanzas. Estaba todo bien con la
salud pero no podía más ver y no creía en milagros.
Mientras
José Claudio fumaba un cigarrillo en su sillón, Alberto acariñaba Mariana delante
de sus ojos, viviendo la pasión prohibida. Mariana ya no se ponía tensa como en
las otras veces, quería las manos de Alberto como al aire. José Claudio
entonces, pide a Mariana que le hervirse el café. Mariana siempre cambiaba la
distribución de los pocillos. Hoy a José Claudio le tocaba el verde, el negro
para Alberto y el rojo para Mariana.
Para
la sorpresa de los dos, cuando Mariana daba a José Claudio el pocillo verde, él
le dije: “No, querida. Hoy quiero tomar en el pocillo rojo”.